b) Los "Scoppa"

Recanati es un pintoresco pueblito de la Provincia de Macerata, Italia, levantado cerca del Adriático. Sus construcciones eran de tres plantas, las dos superiores para la vivienda, y los bajos se utilizaban como establo. Al amanecer, sus habitantes se asomaban por las ventanas del frente a contemplar a los pescadores que retornaban de su jornada de trabajo, mientras que de las ventanas traseras podían observar los majestuosos Apeninos Centrales. Allí, en ese paisaje como sacado de una postal, vivían un joven matrimonio, Emilia Erminia Capodaglio y Giuseppe Scoppa.
Erminia, como la llamaba su familia, hija de Teresa Maccaroni y Antonio Capodaglio, era hilandera y debía caminar ocho kilómetros en medio de las nevadas o del calor del verano para concurrir a la hilandería a cumplir sus labores diarias. La guerra había dejado miseria, dolor y por supuesto hambre. Ella como tantos otros, había encontrado la forma de engañar al estómago y hacer más tolerante la falta de comida: se ponía un grano de sal debajo de la lengua y así pasaba las horas hasta poder ingerir algún bocado. Era una joven delgada de gran corazón y carácter aplacado, su cualidad más destacada era la bondad y el espíritu de trabajo y sacrificio.
El día 31 de Octubre de 1895, a los 27 años, se casó con Giuseppe, un joven de 26 años, nacido el 19 de Marzo de 1869, hijo de Raffaele Scoppa y Lucía Finauri, de profesión zapatero, vecino y compañero de tareas de quien posteriormente fuera el padre del afamado cantante Beniamino Gigli.
De carácter totalmente opuesto al de ella, fuerte y duro, poco afecto a las demostraciones de cariño, aunque decente y trabajador, eran esas parejas que por tan dispares hoy no se podrían concebir, sólo eran posibles en aquellos tiempos donde las alianzas eran decididas por las familias y no por los sentimientos y compatibilidades.
Corría el año 1896 y la situación del país no era buena; como ya dije anteriormente, reinaba la falta de trabajo y el hambre, debían encontrar un futuro mejor, es así como decide partir y, llevando en sus baúles un montón de sueños y ansias de progreso, Giuseppe se embarca hacia la tierra prometida, Argentina, él como tantos otros se iba a “hacer la América”.
Argentina... tierra soñada... el paraíso al alcance de las manos... Un país de la América del Sur con todas las virtudes: llanuras, sierras; al oeste, la Cordillera de Los Andes como un fiel guardaespaldas; hermosos lagos, las Cataratas del Iguazú, ríos caudalosos y el océano Atlántico besando sus costas del este. Vastas extensiones de campo, propicios para la agricultura y la ganadería; y como si esto fuera poco, todos los climas: al norte caluroso, nieve en el sur y templado en el centro. Pero por sobre todas las cosas, un país sin guerras, y con los brazos abiertos a todo hombre o mujer de buena voluntad, sin importar raza, color o religión, que quisiera aunar sus esfuerzos al de los criollos, para hacer de este joven país, un país grande.
Y al fin llegó Giuseppe, luego de tan larga travesía, junto a su esposa y su hija Laura, una bebé de cuatro meses, nacida el 31 de Julio de 1896. Desembarcaron en el Puerto de Ensenada y se establecieron en la ciudad de La Plata, en un barrio cercano al Bosque llamado popularmente “Barrio del Mondongo”, donde nacieron el resto de sus hijos: Rafael Américo el 2 de Marzo de 1899, Rigo Federico el 15 de Diciembre de 1900 y Rosa el 9 de Febrero de1903.
En un principio fueron cambiando de vivienda, de acuerdo a las necesidades y circunstancias. Vivieron en la calle 115 e/60 y 61, en 1 e/64 y 65, hasta que al final y definitivamente se establecieron en una casa de la calle 63 e/115 y 116, siempre como inquilinos, ya que él como anarquista pensaba que ser propietario era ir en contra de sus principios e ideales.
Mientras Erminia se dedicaba al lavado de ropa para obtener ingresos extras; atender a los paisanos que llegaban de Italia a quienes les subalquilaban una habitación; al cuidado de su casa y crianza de los hijos, que con tanto amor y dedicación realizaba, inculcándoles valores morales y familiares; Giuseppe trabajaba en el sector de Suministros del Ministerio de Gobierno, a “destajo”. Se cambiaba con su mejor ropa y se dirigía al Ministerio a retirar el calzado y se lo llevaba a su casa donde tenía montado el taller de zapatero.
El 6 de Diciembre de 1913, desde el Puerto de Génova, en el conocido vapor “Mafalda”, partió a la Argentina a reunirse con su hijo, Lucia Finauri de Scoppa. A partir de ese momento vivió con ellos en la casa del Barrio del Mondongo, viendo crecer a sus nietos y bisnietos, quienes cariñosamente la llamaban “la nonna de colorado”; apodo que se había ganado por la capita de color rojo que siempre llevaba sobre sus hombros. Era una mujer muy vital y activa, pasaba el tiempo pero ella hacía caso omiso a sus más de 80 años y seguía trepando a la higuera de la casa a juntar sus frutos, como una adolescente. Vivió hasta los 98 años.
Giuseppe, “el nonno José”, ya de viejito y tras la muerte de su esposa, “la nonna Erminia”, pasaba muchas horas del día sentado en la cocina, en el patio o la vereda de la casa, fumando su pipa, y a falta de otra distracción, se entretenía matando hormigas con su bastón. Falleció el 25 de Abril de 1959, a los 90 años.
Laura Scoppa, la hija primogénita, a los 17 años se enamoró de un joven italiano; pero su padre, haciendo hincapié a su corta edad, le prohibió llevar a cabo el noviazgo. Su pretendiente, desilusionado por tal decisión, se marchó de regreso Italia, sin regresar jamás.
Era una joven delgada, de carácter más fuerte y enérgico que su madre, pero con el mismo corazón amplio y sentimientos profundos. Aprendió a coser para ganarse el sustento y colaborar con la casa. Vivió siempre con sus padres, ya que nunca más se volvió a enamorar. En contraposición a su contextura física menuda, fue una gran mujer, que no tuvo familia propia pero supo brindar todo su amor; primero a sus padres, luego a sus hermanos y las familias de éstos.
Yo tuve la suerte de conocerla y quererla profundamente, era rezongona y autoritaria, pero detrás de esa máscara de dureza, se escondía un manantial inacabable de amor y generosidad. Vivió su vida dando todo a sus hermanos, sobrinos, sobrinos nietos y sobrinos bisnietos. Al igual que su abuela, la nonna de Colorado, parecía no darle permiso al tiempo para ponerle un obstáculo en su camino, siempre tenía las energías necesarias para correr a ayudar a quien lo necesitara. Que puedo decir de la tía Laura, no habría palabras para definirla en su grandeza de espíritu, la vida no le dio hijos propios y el amor de un hombre; y a veces se podía observar en su mirada una tristeza profunda; pero a despecho de lo que la vida le negó, supo dar y recibir amor infinito. En 1987, rodeada de su familia, a los 91 años, falleció en nuestra ciudad.
El segundo hijo, Rafael Américo Scoppa, de carácter también enérgico como su hermana mayor y su padre, desde muy joven comenzó a trabajar de mozo en la confitería “El Marconi”. A los 20 años es llamado al Servicio Militar Obligatorio, teniendo que prestar dicho servicio en la Marina durante dos años. Al concluir el mismo, contando ya con 23 y ambicionando un futuro mejor, entró a trabajar como aprendiz en una carpintería. Comenzó barriendo la misma y gracias a su tesón y evidente talento personal, se convirtió en poco tiempo en carpintero de obras y muebles, destacándose sus trabajos por la calidad y los detalles.
El 15 de Enero de 1925, a los 26 años, contrajo matrimonio con la joven Ida Tiatto de su misma edad. Ambos parecían nacidos el uno para el otro y con el gran amor que los unía tuvieron a su primera hija, el 11 de Enero de 1926, quien en homenaje a su abuela llevó el nombre de Herminia Carolina Scoppa. Luego de algo más de un año, nació su segundo y último hijo, el 1° de Agosto de 1928, recibiendo también el nombre de su abuelo, José Primo Scoppa.
En 1933, instaló en su casa la carpintería propia, y en el 36 comenzó a trabajar en Vialidad, donde con los años llegó al cargo de Capataz General. Todo esto, por supuesto, sin dejar su carpintería y fabricando con sus manos, cada mueble, puerta y ventana que en su casa hiciera falta, o para sus hermanos.
El 15 de Enero de 1975, del brazo de su hijo José, Ida entró a la iglesia Nuestra Señora de las Victorias, a concretar el sueño que no habían podido llevar a cabo: casarse por iglesia. En el altar la esperaba, tan enamorado como hacía 50 años, del brazo de su hija Herminia “Tita”, su esposo Rafael. Fue una ceremonia emotiva, donde el amor y el compañerismo eran las invitadas de honor del acontecimiento, las que los habían acompañado durante esos 50 años, y las que permanecieron junto a ellos hasta sus últimos días.
Rafael falleció el 30 de Mayo de 1983 a los 84 años e Ida el 6 de Julio de 1993 a los 93 años.
Su hija “Tita”, luego de recibir el duro golpe de la prematura muerte de su amado novio, Héctor Chinelli, y tras un largo período de duelo y depresión por tal pérdida, se casó con Roberto De Bona, “Tito”, con quien tuvo dos hijos; Silvia y Fernando De Bona, los cuales le dieron 6 nietos: Mariana, Maria Florencia, María Soledad, Ana Carolina y Nicolás Ronco, hijos de Silvia; y Melina De Bona, hija de Fernando.
Mientras que yo hago memoria y recabo datos para dejar asentados en estas páginas, la vida continúa, y por lo tanto los nacimientos; hace apenas tres días, el 28 de Noviembre de 2000, nació el primer bisnieto de Tita Scoppa de De Bona, y primer nieto de Silvia De Bona, Mauro Rafael Correa, hijo de María Florencia Ronco y Alejandro Correa.
José Scoppa, el hijo de Ida y Rafael, contrajo matrimonio con María del Carmen García, “Mencha”, y tuvieron un solo hijo, Gustavo José Scoppa, el cual les dio tres nietos: Sebastián, Cristian y Daniela Scoppa.
El tercer hijo del nonno José y de la nonna Erminia, Federico Scoppa, nunca se casó; no tuvo la suerte de su hermano, de encontrar el amor de su vida. Le hubiese gustado viajar y conocer lugares; siempre decía que “ojalá le hubiera tocado a él hacer la Marina”, pero como no podía haber dos hermanos bajo bandera, no hizo el Servicio Militar. Su carácter era más parecido al de su madre, con el mismo corazón generoso que sus hermanos, pero de carácter débil. Era tipógrafo del Taller de Impresiones Oficiales y llegó al cargo de Jefe de Repartición. De observar a su hermano en la carpintería aprendió a trabajar la madera, pero a diferencia de Rafael, él tenía un talento especial por los trabajos minuciosos de los tallados; era un muy buen ebanista, aunque ese arte nunca fue explotado comercialmente.
Ya fallecidos los padres, vivía solo con su hermana Laura, en la casa alquilada que los vio crecer, lindera a la propiedad de Rafael. Sufrió una larga enfermedad y falleció el 3 de Mayo de 1971, a los 70 años.
La cuarta y última hija, Rosa Scoppa, era una niña de carita redonda, que tuvo la suerte de heredar de su madre, al igual que sus tres hermanos mayores, el corazón puro y las manos siempre extendidas para dar. De temperamento dócil como su madre y su hermano Federico.
Cursó como casi todos los de su época hasta el cuarto grado, pero aprendió de su familia y de la vida, todo aquello que la escuela no podía darle.
En esos años de comienzo de siglo, cuando pasaba cerca el Cometa Haley y la gente se suicidaba por terror a que chocara con la Tierra; cuando los hijos de los trabajadores sólo tenían dos vestidos y dos pares de zapatos, uno para uso diario y otro para las ocasiones especiales; cuando no existía la luz eléctrica y eran pocas las calles asfaltadas; cuando la mujer sólo podía ganarse el pan en su casa, aprender a coser era casi una obligación, y ella como su hermana Laura, aprendió, y muy bien. Al terminar el curso de costura y bordado, se realizaba una exposición, donde cada alumna presentaba un trabajo: Rosa expuso un cubrecama de tul bordado que fue merecedor del primer premio; era tan bonito que fue comprado en la misma exposición y con ese dinero pudo adquirir su máquina de coser Singer.
De carácter alegre y soñador; en sus primeros años de juventud, estaba deslumbrada del porte y la elegancia de un muchacho, al que ella veía pasar habitualmente; su apellido era Platero y era hijo de una de las pocas familias de raza negra que vivían en la ciudad, descendientes del primer Platero que llegó al país, vendido como esclavo. Y fue uno de esos amores platónicos de la adolescencia, que jamás llegan a hacerse realidad ....